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sábado, 8 de abril de 2017

Un día en Río Colorado por Zadí Desmé


UN DÍA EN RÍO COLORADO
Por: Zadí Desmé
www.zadi.webnode.cl

Dedicado con mucho amor
al Tata Raúl y a la Mami Lali

El frío mañanero de julio golpea fuertemente mi rostro, son las 6:00 y el viejo bus escolar de la planta “Los Kilos” está por pasar; lleva de Río Colorado a Los Andes a nuestros hijos a estudiar. Aún todo está oscuro en nuestro estrecho valle, el reflejo de la luz de la luna brilla hermosamente en las faldas de nuestras montañas llenas de nieve, reflejándose caprichosamente en el paradero de piedra y paja, que cobija levemente del frío a los estudiantes que van poco a poco llegando.
Un vehículo se acerca, con un fuerte bocinazo nos deja medio sordos a todos, se abre una ruidosa puerta y una cabeza canosa aparece:
- Mija, que suban todos – Es Don Raúl, con su hermosa sonrisa, él me llevo cuando era niña y ahora lleva a mis hijos, las cosas no habían cambiado mucho por aquí desde entonces.
Los niños fuertemente abrigados como zombis comienzan a subir al frío vehículo, como autómatas se van sentando sin murmurar absolutamente nada. Una vez arriba el cacharro parte tirando humo por doquier.
  
Ya en casa, preparo una taza de té y la tostadora de lata, juega con el fuego calentando el pan amasado que puse encima, está casi listo para comerlo con el queso de cabra que quedo de ayer. Desde la ventana veo pasar rápidamente el tren que baja lleno de cobre, es como una serpiente que se aferra a la ladera de los cerros para no caer en el río, produce un ruido inconfundible, tan familiar.
El viejo reloj avanza implacablemente, tengo que dejarles el almuerzo listo a mis hijos y salir a trabajar. La micro pasa a las 7:00 y no puedo darme el lujo de perderla. Muchos camiones pasan por aquí, pero desde que uno se llevó a la Rosa y la regresó preñada, la gente ya no pide aventones. Mi marido me ha prohibido subir a uno, él trabaja de jornalero en la mina. Harto, se rompe los lomos para que nuestras guaguas tengan una buena educación y lleguen a ser mejor que nosotros para yo desobedecer y dejar la mensa embarrada si me pasa algo.
Dejé mis pequeños en la mesa dos platos tapados con un poco de cazuela nogada que quedó del domingo con unos huevos duros. Ellos son buenos niños y cuando llegan de Los Andes ayudan en la casa, dan de comer a las gallinas y después se ponen hacer las tareas del colegio. Mi niña quiere ser enfermera y mi guachito ingeniero de minas.
Ya en el paradero, miro alrededor, el río está cargado, tiene un sonido imponente, debe ser porque dicen que está enfermo y reclama que no le echen cosas raras en sus aguas.  La micro para a mi lado, no necesito sacar la mano para detenerla, el chofer me saluda y subo, me encuentro con las mismas caras de todos los días, cada quien ensimismado en sus propios pensamientos, algunos tienen los ojos cerrados, tratan de dormir durante el viaje. Un desubicado conversa con su vecino en voz alta, quien al parecer no tiene cara de quererlo escuchar, no si el tipo es sordo o el ruido del motor de la micro no lo deja escucharse a sí mismo, la gente comienza a incomodarse, está rompiendo una regla no escrita, el no molestar, hasta que alguien se cabrea:
- Shuu, ya baja el volumen culeao…- Era el Huaso Oscar, a quien todos en Río Colorado respetaban por su larga historia llena de golpes y pelas a su favor. El grito surte efecto, ya que el cabro asustado dejó de hablar.
  La Micro me dejó a 300 metros del Packing, como todos los días durante el trayecto me juntaba con la gente que llegaba de varios lugares, sumándose por el camino con los que venían en sus bicicletas, en su gran mayoría mujeres. Era la época de comenzar a limpiar los parrones, el mes pasado habíamos cortado ramas, limpiado el terreno y fumigado. Había que aprovechar el trabajo, y trabajar duro para que el patrón te considere cada año.
Mi abuela y mi madre trabajaron aquí, y ahora yo también,  y no es lo que quiero para mi hija. Siempre fui rebelde de niña y los buenos consejos de mis padres me entraban por un oído y se salían por el otro. Ahora que tengo hijos entiendo los consejos de mi madre, tarde, pero los entiendo. Tuve suerte de no caer y conseguir un buen marido, sus padres lo dejaron solo desde muy niño y yo lo encarrilé, era tan macho que me cautivo a punta de Cueca.
Aún recuerdo el sermón del domingo en la vieja Iglesia de Piedra, al lado de la carretera, ahí me bautizaron y ahí mismito me casé; el curita hablaba que es una obligación de los padres hacer lo mejor que puedan para educar a sus hijos, que teníamos que enseñarles que el estudio es el único medio de salir de la pobreza, que teníamos que alentarlos para que no dejen sus estudios. Yo me arrepentía de haberlo hecho, mis amigas lo único que hablaban era de casarse y tener hijos y buscar un hombre que las mantuviera.
Ya es medio día en el Packing, el sol arrecia sobre nuestras cabezas, nos juntamos todos bajo un viejo sauce para almorzar, Doña julia contaba como su marido había bebido chicha toda la noche con un viejo amigo de Río Blanco y llego prácticamente dormido en su caballo. La Joselyn hablaba de como su pequeño hermano quería casarse con la peuca de la vecina y la Tamara lloraba porque su marido le ponía el gorro con una negra de San Felípe.
Las horas pasan y llega la tarde, comienza a refrescar, es hora de regresar, todos tienen una sola cosa en mente: “llegar a casa”, guardo mis pilchas y las pongo en mi vieja mochila. La micro como siempre pasa a la hora prevista, la misma gente.  Sentada, cierro los ojos y me dejo llevar por el movimiento, sueño que un día no muy lejano pueda salir de aquí  e ir a la gran ciudad, a pasear por esos barrios elegantes donde vive gente cuica, ver esos grandes y hermosos edificios, gozar del alegre bullicio, observar a la gente raramente vestida con lo que llaman moda corriendo por las calles...  ¿Pero eso es lo que realmente quiero?
En mi camino de regreso diariamente veo una hermosura que muy poco apreciamos, algo
que la gente de la ciudad pelea por tener, una cordillera que me acompaña y me protege, un río que alimenta la vida que me rodea, un aire fresco y puro que me llena de vida, y lo más importante, aquí nací y aquí crecí yo. Sé que el mundo cambia y muy rápidamente, algo me dice que pronto llegara a mi pequeño paraíso, pero mientras eso no pase, creo que tengo que disfrutarlo.
Al llegar a casa encuentros a mis hijos estudiando al lado de la estufa, me acerco y los abrazo:
-       ¡Hijos míos, los amo con toda mi alma!.
Ese cansancio acumulado del trabajo duro de campo, desaparece, solo puedo agradecer a Dios por este día y que me siga dando fuerzas.
El perro comienza a ladrar, es un ladrido de alegría, mi esposo acaba de llegar, mis hijos se abalanzan sobre su cuello y pelean por contarle como les fue en el colegio, los miro y me digo: “no podría cambiar esto por nada en el mundo”
Ya en cama todos, lo único que se deja escuchar es la vieja radio, que anuncia que posiblemente habrá lluvia mañana, no sé si creerles, pero prepare todo temprano por si acaso. Porque llueva o no llueva igual, saldremos, será otro día más en Río Colorado.








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